domingo, 3 de noviembre de 2013

LA DECIMA: LO NORMAL

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
MARIO BENEDETTI
 
LA DÉCIMA: LO NORMAL

Diez he escrito ya, madre de dios como pasa el tiempo. Y no es que no me hayan pasado cosas pero la verdad es que, una vez cogido el ritmo, la vida por aquí se está volviendo bastante monótona.

Ducharse con un caldero…. Lo normal.

Tirar de la cadena con otro caldero distinto…. Lo normal.

Voy a dar la luz…. ¡Vaya! Hoy tampoco…. Lo normal.

¿El aire acondicionado no funciona?.... Lo normal.

Y aunque acostumbrarse a estas cosas normales puede parecer bueno os aseguro que hay cosas que no lo son tanto. Por ejemplo, ya no me escandaliza ver a chavales tirando de carros de arena o cemento, y más cuando me enteré de que no eran chavales, sino pigmeos. Y la verdad es que aunque ya no sean niños sino hombres pequeñitos no debería ser normal verlos tirar de carros como burros. Y más cuando te cuentan que aquí hubo caballos, y mulas, que eran los que tiraban de los carros; pero que cuando, en 2009, se pusieron las cosas complicadas, lo primero que desaparecieron fueron precisamente esas mulas y esos caballos. No se los comieron, no llegó  a estar el clima tan mal, sino que los mataban para eliminar el sustento de las familias que los poseían, que supuestamente eran unos privilegiados. Al final, el destino, que cuando quiere sabe ser más hijoputa que los humanos, hizo que los caballos fuesen sustituidos por personas (pequeñas, pero personas) y que los privilegiados dueños de las canteras sigan siendo igual de privilegiados. Lo que escalofría es pensar que es más barato pagar a tres pigmeos por arrastrar un carro que mantener y alimentar una mula o un caballo. Eso no me parece normal.

Tampoco me duele el corazón (aunque me lo pince por un momento) ver los niños de 4 o 5 años al lado de la carretera pidiéndote un caramelo o gritándote MONDOLLA (sonar suena así, vete tú a saber cómo se escribe de verdad), que es blanco en Lingala, mientras te alargan la mano. Ni puedes ni debes parar. Ni puedes ni debes darles un caramelo (puede que los hagas felices por un momento, pero las caries para esos chiquillos son un problema sin solución posible por estos barrios de Dios). Y ni mucho menos puedes ni debes darles dinero. Primero porque al chaval al que se lo des le has puesto una mini diana en el culo (el dinero se lo van a quitar, por muy burro que se ponga el crío), y segundo porque al día siguiente se te van a meter debajo del coche (literal) para recibir sus 100 francos congoleses (ni 20 céntimos de euro).

Así que los chavales se han convertido para mí en una especie de complemento del paisaje local, a modo de árbol al lado del camino mientras te gritan y te alargan la mano cuando pasas mirándote con esos pedazo de ojos. Esos ojos, que tantas veces hemos fotografiado cuando nos hemos ido de vacaciones a países de este pelo y que enseñamos orgullosos al grito de “mira que guapo, que tierno, que majo”, son los ojos de la ilusión del niño que sabe que después de la foto va a recibir algo (un caramelo, unas monedas, un simple achuchón). Son, en definitiva, los ojos que deberían tener siempre los niños. Lo malo es cuando no paras pero estás obligado a circular despacio y te da tiempo a verles los ojos (y la cara) cuando has pasado sin parar. La vida y la chispa de esos ojos de niño desaparecen y se quedan mirando como a lo lejos con una profunda tristeza. Lo peor es pensar que probablemente esa sea su mirada normal, que no deja de ser la mirada de un adulto confundido. Eso aún no me parece normal, y espero que jamás me lo parezca. Pero no hay solución posible a este problema, así que lo único que puedo hacer (que es lo que hago) es no mirar por el retrovisor cuando paso por un colegio. Y a veces, sin quererlo, me he sorprendido a mí mismo acelerando un poquito, como huyendo de ellos.

Y como esto que os he contado hay cientos de cosas parecidas que hacen que se me esté congelando un poco el corazón para poder proteger el alma. No os las voy a contar, tengo el corazón frío, pero vosotros no sois los culpables (sino todo lo contrario) así que sería injusto haceros pagar por ello.

Así que, en otro orden de cosas, menos serias, tampoco me parecen normales las arañas de ración, los ciempiés con más de 300 pies, las cucarachas tamaño portaaviones (ni que las desgraciadas tarden en cascar horas después de haberlas rociado de Baygon), ni los mosquitos 747, esos que hacen te preocupe más la trayectoria de salida del aguijonazo que el que pueda haberte pasado la malaria al picarte. O lo feas que son las mariposas por aquí. Horrorosas, de verdad… ¿No os lo creéis? Miradlo:

 IMAGEN: PERO QUE COSA MAS FEA

  

Así que cuando al final de la jornada, de noche y lloviendo, te encuentras con este milagro de la naturaleza decides mandar todo lo malo del día a tomar por el mismísimo culo y poner en el coche “Always look on the Bright Side of Life” de los Monty Piton haciéndole un gigantesco corte de mangas a la perra de la vida. Y justo en el momento en el que te estás poniendo trascendente sale Boris de la oficina y te ofrece unas cervezas en el 222 o en el bar de Amelie (que ahora mismo está vetado, pero eso es otra historia) y das gracias las gracias a Serbia y a sus hijos por darte la opción de desdramatizarlo todo a ritmo de cerveza (de ¾).

Al final el post me ha salido de todo menos normal, vaya peñazo en el décimo aniversario. Siempre he sido igual. Los que me conocen y me aguantan desde hace años recordarán que cuando celebrábamos algo y se me iba la mano con el orujo (Ay, Afilador, que lejos quedas) me ponía moñas, trascendente y pelmazo. Ya veo que hay cosas que no cambian (Bueno, sí, el orujo de hierbas El Afilador pasó a mejor vida, viva Martín Codax)  No os preocupéis por mí. El miércoles vuelo a Kinshasa y de ahí a Entebbe y Nairobi, así que la próxima entrada será más de “caca, culo, pedo, pis”. Vamos, de lo que me gusta. Y de lo que os gusta, perretes, de lo que os gusta. Porque hice otra entrada así como seria y trascendente y es, con diferencia, la que menos habéis leído. Estoy orgulloso de tener unos lectores que prefieren las risas al llanto, como yo mismo.

CIAOOOOOOO